domingo, 2 de marzo de 2008

Cuando huele a orines de gato

Nunca supe cómo llegué hasta aquí.
Su cuerpo estaba frío, pero él no estaba muerto, era la consecuencia de que no le gustara el sexo. En cambio yo era candela, era una marea hirviente de sangre, sudaba hasta por las orejas y tenía la visión nublada. Me dijo una frase de gañanes y cuando lo miré note el lunar en su ojo.
-Tienes calentura mi niña.
Sólo pude esbozar una sonrisa de afirmación, él se levantó de la cama y prendió otro cigarro.
-Debe ser tu egocentrismo, tanto pensar en uno quema el cerebro.
Permanecí inmóvil en aquella alfombra, olía a humedad y a humo, y de vez en cuando a orines de gato.
Se sentó a un lado de mi cabeza.
-No te confundas ni reina, no sirve pensar, esta sociedad es decadente pero tú no tienes la culpa, fue tu escuela y tu religión, tu eres como una Alicia en este país maravillosas penumbras.
Con una mano sostenía su porro, con la otra acariciaba mis cabellos de fuego.
-Vives engañada- continúo- yo no planeo llevarte a la cama, ni enamorarte, sólo… me gusta estar contigo. Eres egocéntrica muñeca y además no eres tan lista como crees, pero tienes buenos gustos musicales.
Levanté la cara y miré los ojos enrojecidos, me acerqué para besarlo pero me volteó la cara. Movía la cabeza de un lado para otro y solo murmuraba: no, no, no.
-Eres tan común, tan corriente, no aprendiste nada con la lección de ayer. Solo viste tu muerte y no experimentaste ese placer indigno de los mortales, eres tan burguesa…
Cantó una canción de Peter Gabriel y yo poco a poco recuperaba energías, fue hasta que logré llegar al baño y mojarme la cara, me mire al espejo y me ví más enferma de lo normal, ojos y cabellos rojos, piel pálida y amarillenta, las ojeras moradas me daban un aspecto lúgubre y mi facsie dejaba mucho que desear. Regresé al cuarto y encontré mis tacones rojos bajo la cama. Él seguía ahí, seguramente filosofaba sobre la fe.
Me puse el arrugado vestido negro y tomé mis zapatos.
Abrí la puerta y por fin hable.
-Lo preocupante de las emociones no es sentirlas, sino hablarlas, convertirlas en una palabra que flota en el ambiente, que choca con la pared.
No recuerdo una época de mi vida más decadente que esta, donde hasta un beso me es negado y he de terminar con seres solitarios como tú, o más patético, menos solitarios que yo. No saber decir no es una contradicción, es absurdo negar lo negado. Si algún día tienes ganas de pagar por amor, búscame. Si tienes ganas de regalara amor, llámame. Si sólo tienes ganas de juzgar a alguien, mátate.
Dejé la puerta abierta del departamento y fue la última vez que supe de él, probablemente acabó con su vida en un ataque de críticas destructivas, por mi parte, no debería, pero lo extraño, sobre todo cuando el ambiente huele a orines de gato.

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